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Henry Tolouse-Lautrec

HENRY TOLOUSE-LAUTREC.

UN NOBLE EL LOS BAJOS FONDOS DE PARÍS

Amor es otra cosa: La pasajera de la cabina 54.

 

Palazzo Reale. MONZA. DEL 10 DE ABRIL AL 29 DE SEPTIEMBRE 2019.

 

París, finales del siglo XIX: un París frenético, en ebullición, transformación y cambio acelerados. Será posible revivirlo si nos adentramos en las salas neoclásicas de Giuseppe Piermarini del Palazzo Reale de Monza. Las obras, 51,  son provenientes de la Herakleion Museum de Atenas.  Un mundo fascinante: ambiente circense, el cine de los hermanos Lumière, los chansonnier como Aristide Bruant, cabaretereras al ritmo de can can conlargos guantes negros , luces, aplausos estrepitosos en un teatro. La época de fin de siglo con sus cambios acelerados y la parición del tiempo libre de las clases burguesas, como gran novedad de un época, y  con una oferta inmensa de teatro con sus carteles anunciadores. Momento histórico también con la difusión de la luz eléctrica con sus juegos de luces.  La belle èpoque en Ville Lumière y un intérprete excepcional de la misma: Henry Tolouse-Lautrec. Pintor aristócrata que supo interpretar como nadie el momento en que vivía, explotando de forma genial sus capacidades expresivas.

Tolousse-Lautrec es conocido por ser pintor de carteles publicitarios de los cabarets, litrografías de colores de los espectáculos de los bajos fondos parisinos, como los de Yvette Guilbert o el creador de gráficos promocionales e ilustraciones satíticas para el Escaramouche. Lo interesante pues de esta exposición de las salas de Piermarini es que va más allá del imaginario colectivo y nos hace descubrir la personalidad del  pintor aristocrático que se translada a París, se forma con grandes maestros como Bonnat, y no solo frecuenta cabarets, sino que sabe qué es el amor verdadero, tiene una familia y ama los caballos. Estas últimas facetas tal vez sean menos conocidas, y la exposición de Palazzo reale nos las muestra.

Es siempre interesante al observar una obra de arte, conocer la vida del que la creó.Henry Tolouse Lautrec  pertenecía a una familia aristocrática del Midi francés, su madre era poseedora de un majestuoso castillo en Albi. Era una familia con grandes extensiones de tierra y de caballos, su padre se dedicaba a la caza con pasión. Henry tenía taras físicas que le llevarán a ser “un señor bajito” toda su vida, un deforme, algo que le marcará profundamente su forma de ser, sentir y por ende, repercutirá en su creación artística. Cuando era niño su  madre, una señora piadosa, católica fervorosa, reservada, tranquila,  acompañará al hijo a todos los médicos posibles y a todos los centros de cura. Un mujer que obervaba como su hijo no podía montar a caballo y no podía complacer a la figura paterna. La madre del artísta cuidaba con celo los dibujos que su hijo realizaba en el castillo de Albi, que eran muchos  pues la discapacidad física le impedía realizar actividades al aire libre y pasaba su tiempo entre lápices y pinceles. El amor profundo al arte  llevara al intor de niño a superar la profunda amargura que se había aposentado en su interior debido a sus malformidades. Este amor por el arte le acompañará toda su vida. Cuando el lápiz se mueve hay que dejarlo estar, expresó el pintor francés. Dibujar y dejar volar su mano. 

 

Al llegar a París el pintor aborrece de los ambientes altos, formales y llenos de convenciones sociales y morales,  sintiéndose a su aire,  sin embargo, en los barrios de la diversión, alcohol, absenta, mujeres de dudosa reputación. Montmatre.  “Después de la absenta el olor que más me gusta es el olor a la tinta de estampar”, decía el pintor francés. Era en esos ambientes donde se bebía el líquido verde donde el nutría su inspiración, creatividad y arte. Tenía pues Tolouse-Lautrec dos almas, una noble y refinada, fruto de su esmerada educación aristocrática, y la otra de asiduo frecuentador de cafés y locales nocturnos de dudosa reputación.

 Un mundo alejado de las apariencias donde  se sintió integrado y entregado a la alegría efímera, a lo inmediato, a la carcajada buslesca. Un ambiente, el de los bajos fondos donde ser bajito importa menos, lleno de miserias que no se ocultan, y donde la diversidad importa menos. Estos lugares le atraían, los sentía  más que los salones de la aristocracia a los que se suponía que Henry debía pertenecer.

Ir más allá de las apariencias, es algo que practicó en su vida y en sus obras. Siempre interesado en la figura y nada en el paisaje, plasmar la figura  con su personalidad, el transmitir algo era lo importante y el paisaje debía servir para resaltar lo primero. La técnica que más amó fue la litografía, que dejó su impronta, su genio de artista, experimentó con la técnica y los colores hasta crear una obra muy personal.

 

Las  facetas menos conocidas y mas personales de Tolouse-Lautrec quedan reflejadas en esta muestra: su profundo amor por los animales, perros y caballos, especialmente éstos últimos. Unos caballos hermosos y galopantes que el dibujante no pudo nunca montar por sus taras físicas,  pero se resarciría dibujándolos con mucha pasión. Frecuentaba el pintor dandy los hipódromos  e hizo de los caballos un tema recurrente en su obra. El  ¨retrato” del caballo Philibert, que contemplamos en la exposición, es, sin duda, unos de los mejores cuadros de las salas neoclásicas del Palazzo Reale. Este pony lo ayudaba a moverse en calesa por las calles de París cuando ya tenía serías dificultades para moverse y caminar por cuenta propia.

Otro episodio de su vida muy tierno se dió cuando salió de una clínica psiquiátrica y quiso demostrar que había recobrado la estabilidad física pintado animales y el editor Pierrefort le sugirió crear una serie de escenas de carreras de caballos que se publicó bajo el título Courses. Hay algunos ejemplares de estas series en la exposición que nos ocupa: las tonalidades de rosa son de una finura propia de un genio.

Un album de Tolouse -Lautrec que merece la mena destacar es Elle, (Ellas) de 1896, dedicado a las chicas dentro de un prostíbulo, captura instantes de vida con una gran sensibilidad, casi poéticos, como Una señorita de espaldas  que versa agua en una tinaja.

 La pasajera de la cabina 54, como si de una alucinación se tratara sintió el amor, el verdadero...no el de oropel. Este suceso ocurrió en el verano de 1895 a un artista que había estado rodeado siempre del placer, de excesos y de besos lanzados de forma a veces no tan gratuita y desienteresada.

La señora estaba situada en la cabina de un barco dondel él también viajaba y él percibe un profundo deseo de amor, ternura y comprensión: la mujer de la cabina 54 le hizo pensar en la fatuidad de la vida.  El amor es otra cosa, dijo a su amigo tras sentir algo nuevo para él, un sentimiento que no había vivido en los burdeles y en las señoritas al son del can can. Quiso acompañarla a donde ella fuera, su destino era Dakar, en el Senegal,  pero su amigo lo disuadió,  y desembarcaron en Lisboa para tratar de olvidarla. Este episodio muestra el profundo anhelo de amor que este artista albergó en sus entrañas.

El amor imposible intuído al final de su vida, como si se diera cuenta que todo lo vivido era espectáculo, farádula, falsedad, melancolía escondida detrás de una carcajada amarga pero bien lejos de un tierno amor, “de alguien único para tí en todo el planeta”. Los dibujos más poéticos de estas mujeres tuvieron  menos éxito comercial. El artísta francés quedará ligado a los cabarets para el mundo del arte. Fue retratando para los ambientes de la noche, donde el pintor gamó su fama.

 

Hizo del diseño un medio de expresión inmediato e insustituible, el lápiz le acompañó en todas sus convalencencias por enfermedad y en las estancias de las curas termales. El lápiz como una prolongación de su mano, un instrumento a través del cual el veía e interpretaba el mundo. Gracias a su madre y su primo, que han guardado esos trazos espontáneos que el pintaba como preparación para obras definitivas, podemos admirar los apuntes tomados velozmente y sin pretensiones; se refleja ahí precisamente el extraordianrio talento del pintor.

En 1900 se celebró la exposición universal en Francia donde el ilustrador cosecharía grandes éxitos, pero moriría un año después,  a la edad de 37 años. Su deformidad física, la sílfidi que contrajo, las alucinaciones, el delirium tremens... fueron las causas que lo fueron minando poco a poco.

Gracias a sus obras podemos revivir los años de efervescencia del Molin Rouge, sentirlo de forma muy viva, son carteles que nos invitan a entrar y ver el espectáculo, ya sea en el Chat Noir o en el Divan japonaise.

 

 Henry Tolouse-Lautrec, intérprete y narrador de su tiempo, una París en pleno cambio y efervescencia que él supo plasmarlo de forma genial.

 

Junio 2019

Miriam La Fuente

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